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Al techo le salieron ojeras

  • Foto del escritor: Robs
    Robs
  • 6 jul 2020
  • 1 Min. de lectura

Habría que cerrar más los ojos y reclinar la cabeza sobre el sofá, o que la almohada se la trague, y dejar que el techo nos mire.


Entregarnos como se entregan los que confían porque tienen en quien confiar, o porque no los han defraudado, y dejar que el techo nos juzgue.


Sentirse tranquilo y ligero, como una pluma o una ola o un grano de arena, o simplemente estar y ya, y dejar que el techo nos hable.


Que la columna vertebral se mimetice con el centro del colchón, o con la alfombra naranja y dejar que el techo nos abrigue.


Llenar de musicalidad una mano y luego la otra, componer una canción que se llame “soledad”, o “el derrame del gusto” o simplemente no ponerle nombre, y dejar que el techo se excite.


Soñar con juegos pirotécnicos que dibujan la figura de un monumento, o la figura de una mujer monumental, y dejar que el techo se llene de envidia.


Tener el pecho desnudo para que en él se posen las mariposas, o los pájaros que cantan cuando el sol se asoma, y dejar que el techo escuche música bonita un rato.


Querer querer, y poder tener alguien a quien querer, o amar y amarla siempre, y no volver a mirar el techo nunca más; porque podré ver la existencia de una mujer congelada en una foto y sonreír desde sus ojos, para no volver nunca más a estar aburrido o triste mirándole los ojos y los lunares al techo.


 
 
 

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