Discurso de grados universitarios que nunca leí (porque eligieron uno peor)
- Robs
- 5 ene 2024
- 4 Min. de lectura
Abundancia. Esa es la palabra en la que decido enmarcar el día de hoy.
¡Ay!, esa necesidad tan humana de querer que todo quepa en el lenguaje y en nuestras lenguas; que existan palabras para poder decirnos hacia adentro y decir hacia afuera, como en este momento, que hay abundancia, que no es otra cosa que una gran cantidad de algo, que es una palabra amiga de la palabra “prosperidad”, y que eso es justo lo que encontramos en el Auditorio Fundadores el día de hoy.
¿Y qué es eso que abunda hoy en este auditorio? Eso lo sabemos todos, y lo sabemos porque estamos acá con nuestra toga puesta; y al llegar hasta acá, con las particularidades propias de cada pregrado y cada experiencia, tan única como cada individuo que tiene una toga puesta, se revela que hay abundancia de esfuerzo, suerte, trabajo, amor, curiosidad, orgullo, conocimiento, pasión, innovación, humanismo y talento.
Abunda, además, el milagro de la vida, pues nuestra alegría se encarga de llenar de vida el espacio, como si le diéramos vida a la vida, y vemos nuestros cuerpos que avanzaron y resistieron entre 5 años y equis años descansar por un rato. Y nos preparamos para recibir méritos, homenajes y fotos, muchas fotos. Esa vida que hoy abunda es un milagro, además, porque no sucedió nada que nos arrancara la posibilidad de hoy estar acá.
En momentos que se sienten como un cierre de algo como lo son unos grados hay que dedicar un ratito a mirar hacia atrás, hacerse consciente de cómo se llegó hasta el final y de qué se superó para llegar hasta ese final. Entonces: ¿qué tuvimos en común todos los que estamos acá en nuestro proceso de formación? ¿Qué fue lo que logramos superar todos que sea digno de mencionar en un momento así? ¿Qué es eso de lo que todos podemos sentirnos orgullosos, suertudos y, por qué no, también afectados? La más obvia y fácil de olvidar: resistir una pandemia y sus efectos.
Abundan expresiones faciales de esas que le hacen saber a quien habla que el que escuchó se acaba de acordar de todo en un rafagazo de luz. Y muchas caras que le gritan a quien habla “este es un momento feliz, por favor no hables de eso”, pero quien habla hoy cree que no hay mejor momento que este para hablar de un tema que, al estar juntos, podemos terminar de despedir.
Es humano sufrir por recordar, pero debemos recordar que dejamos de ver tanto y oír tanto de este campus. ¡Ay!, y de repente no había más pájaros ni ardillas. ¡Ay!, y los miles de libros que ya no podíamos hojear ni observar cómo se abrazaban entre ellos en estantes de bibliotecas. ¡Ay!, y lo mal visto y potencialmente peligroso que se volvió saludar y entonces todas las manos que dejamos de estrechar. ¡Ay!, y tener que transformar el espacio propio en un espacio dedicado a resolver los deberes académicos, y renunciar por un año a aprender sapiencia en la calma en estos claustros que amamos sin par para aprender sapiencia en el caos. ¡Ay!, y el aprendizaje que no alcanzó todo su potencial…
En este momento recuerdo con gracia cuando se decía que teníamos que salir mejores de ahí. Hoy, con calma, creo que esa exigencia en una situación tan grave fue ser crueles con nosotros mismos, pues no es nada fácil salir siendo mejor de algo que dio la sensación de que solo te arrebató y nada te dio. Sin embargo, creo que nosotros sí podemos exigirnos a nosotros mismos que esa experiencia nos haya hecho mejores. Y sé que a veces lo único que hay de una mala situación son malas emociones y no hay que obligarse a aprender nada, pero para darle total sentido a una graduación hay que darle sentido a cada una de las fases del proceso que nos trajo hasta acá. Procedo entonces con lo mejor que puede hacer el ser humano con la frustración, la tristeza y el dolor: agradecer por haberlo sentido y aceptar que cada tanto algo va a fallar, no desde la resignación, sino desde el ánimo y el deseo de hacer lo posible para ser superior a eso que va a fallar.
Culpen a EAFIT por eso que acabo de decir, pero esta universidad otorga esa forma de plantarse ante la vida: cuando algo sale mal y te saca de la zona de confort, ¡bienaventurado eres!, tienes la oportunidad de hacer algo que no se ha hecho antes. EAFIT construye en el interior de quien la habitó y vivió algo así como un motor. El motor, que bien cuidado no se apagará nunca, hoy produce conciencia sobre nuestra nueva realidad: somos profesionales y debemos usar el conocimiento adquirido para ser profesionales buenísimos y personas grandiosas. Entonces lo obtenido en el pregrado y en el campus será usado para lograr ser mejor, así sea un poquito mejor, después de una pandemia o de una graduación. Es la condena a la que nos sometemos por estar acá, y hay que aceptarla con alegría, para que no se llame condena y se llame honor.
¡Y que abunde el honor! Porque qué honor, y qué orgullo, poder llamarnos oficialmente Negociadores, Músicos, Comunicadores, Psicólogos y Profesionales en literatura. Qué honor tan grande ser Eafitense y saber, así ahorita no sientan que lo sepan, que somos tan grandes y tan capaces de inspirar vidas, irradiar conocimiento y forjar humanidad y sociedad. Qué honor enorgullecer a quienes queremos y servirle a la sociedad. Qué honor obtener lo que se merece.
Seguiremos ondeando y llevando con nosotros esta bandera de gloria que tremola en senderos de paz llamada EAFIT en cada uno de los lugares y momentos de nuestra vida, pues al estudiar acá y volvernos eafitenses, nuestro himno lo revela en su último verso “Eafit somos hijos de tu alma, que sabemos amarte y triunfar”.
Gracias a los profesores, directivos y trabajadores. A los semilleros, grupos estudiantiles y representantes estudiantiles. A quienes hoy nos acompañan en el Auditorio Fundadores, en la transmisión del evento y en nuestro día a día. A quienes hoy no están, pero siempre estarán. A EAFIT por dejarnos saber que podemos inspirar, crear y transformar. Y sobre todo a nosotros porque lo logramos.
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