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Escuché los pasos de una hormiga

  • Foto del escritor: Robs
    Robs
  • 6 jul 2020
  • 2 Min. de lectura

Innovar en tecnología es renunciar a los sentidos.


Cada herramienta que se ha creado en toda la historia de la humanidad ha sido para facilitarnos el trabajo. Optimizar los resultados, acelerar procesos, imaginar y crear son las dinámicas a las que con poca modestia hemos denominado evolución. La idea es errada solo porque cada novedad que surge en el mundo científico nos hace más inútiles y dependientes de cualquier aparato.


Cuando la palabra pandemia no estaba de moda todos nos perdíamos la vida por girar en círculos. La rutina y la necesidad de distraernos con lo que fuera nos hacía seres obsoletos que estaban vivos, pero no vivían. Así, esclavos del sonido de una notificación, la cabeza gacha con los ojos clavados en una pantalla y un montón de posturas antinaturales pasábamos la vida. Luego la palabra pandemia se puso de moda y muchos se quedaron así.


De hecho, si aún seguimos pegados de los aparatos electrónicos ya no es solo por la costumbre con la que veníamos, también es porque estamos bastante obligados, ahora con más razón desde que todo se resuelve por acá. Pero la diferencia importante e interesante de seguir siendo básicamente la misma especie adicta al entretenimiento ligero que obtenemos por nuestros dispositivos es que ahorita mismo lo hacemos desde el mismo lugar.


Estar clavados en el mismo espacio todo el tiempo nos ha devuelto un poco de eso que teníamos cuando éramos seres primigenios: agudeza en los sentidos, especialmente en el oído y la vista. Como no hay mucho por ver o por hacer es imposible no notar las nimiedades y detalles específicos de la familia, la mascota o la misma casa. Estar encerrados sin oportunidad de irnos es poder ver todo lo que seguramente siempre estuvo, pero apenas notamos ahora.


Por primera vez noté la cantidad de veces que mamá me mira cuando estamos sentados en el comedor, cómo gritan los canarios de la casa cuando tienen ganas de dormir, que mi papá zapatea cada tantos segundos cuando está hablando con sus compañeros de trabajo, que el lado derecho del sofá está más hundido que el resto y que la escoba se tiene que agarrar con una mano en la parte superior, la otra en la mitad y el cuerpo por detrás de ella.


Es muy difícil jugar a las suposiciones y pretender acertar a lo que vamos a ser cuando la cuarentena por fin se acabe. Todo lo que digamos respecto al tema se llama fe o pesimismo, pero sí quiero creer que después de haber pasado dos meses pegados a tantas diferentes pantallas, cuando podamos estar afuera querremos pasar todo el resto de nuestros días viendo la cara de las personas, las nubes del cielo, los frutos y animales de los árboles, la luna y las estrellas.


Deberíamos renunciar a la idea de ser una súper especie, porque no lo necesitamos ni nos hace falta. Involucionemos un poco, dejemos que la pantalla negra se quede así y disfrutemos volver a escuchar y ver más. Solo así le escucharemos los pasos a las hormigas.


 
 
 

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