Mi carta de s*ic*dio
- Robs
- 9 oct 2024
- 7 Min. de lectura
Seriamente, no se preocupen. Y no me manden contactos de terapeutas o psicólogos, la carta no es real.
Tengo 25 años, pero desde los 15 estoy cansado. Es una sensación terrible porque no es que me falte energía, y todos ustedes que me conocieron lo saben, sino porque la vida y el constante esfuerzo que demanda en todos los niveles no me da el suficiente estímulo y alegría que quisiera recibir a cambio.
Recuerdo constantemente el 2016, el año en el que descubrí lo que era seriamente querer acabar con todo. A pesar de la opresión constante en el pecho, seguí comiendo, saliendo, estudiando, relacionándome y no faltándole a nadie, ni siquiera a mí mismo. Aun así, odié cada día. Al final, el 31 de diciembre, lloré abrazado a mi papá. Desde aquel entonces y hasta hoy creo que más que vivir, me he dedicado a aguantar.
Cada tanto recaigo. De repente, sin aviso, pierdo toda intención de vida. Dejo descansar esa sensación en consuelos que podrían ser perfectamente las justificaciones y me doy tiempo para sanar y arreglar hasta que vuelva a caerme. Me digo: es porque no duermo, porque me falta sol, porque dejé de hacer deporte, porque me falta fruta, porque me siento solo. Es porque extraño vivir con mi papá, extraño a mis amigos, extraño y añoro algún vestigio de un pasado mejor. Supongo que también este pico de tristeza se debe justo a que hace poco estuve tomando alcohol y se me fue la mano. Supongo que es posible que esta desazón de la gente se debe a que justo esta semana usé mucho el celular.
Si esta carta no se escribió antes es porque la vida y su dinámica tienen tantas causas probables de sufrimiento, tristeza y depresión, que no poder atribuir cualquier mal sentimiento a una razón específica es lo que no me dejaba irme de acá. Encontraba ridícula la idea de quitarme la vida sin saber el porqué. Pero hoy decido que esa es justa la razón por la que después de poner el punto final es que voy a hacerlo.
El problema no es la rutina y el sistema. Me da igual tener que madrugar y trabajar, competir contra el mundo por arrebatarles un puesto, invertir el tiempo y su efimeridad en obtener herramientas para ser el mejor en algo que, si no se necesitara plata, probablemente no haría. Dejé de sufrir en demasía porque existieran algunos con mucha plata que hacían el triple de daño que todos juntos, pero que fuera culpa de todos menos de ellos. Sí sufrí cada tanto no haber tenido la fortuna de ser uno de ellos. Pero dejé, sobre todas las cosas, de entregarle mi pensamiento y concentración a buscar la injusticia.
Para no hacerla larga, el caso es que dejé de molestarme por todo aquello sobre lo que no estaba dispuesto a hacer algo, o donde no podía hacer algo. Me rendí. De hecho creo que no hay nada que podamos hacer, ni ustedes ni yo. Por eso, siendo honesto hasta el último día, creo que todos deberían tirarse por el mismo balcón que tengo a escasos metros de mí.
Les contaré una última anécdota:
En 2020 se empezó a rotar la noticia y la conmoción de toda una institución por un cráneo reventado y un cuerpo desinflado por una caída de 9 pisos. Tuve el único ataque de ansiedad que he tenido en mi vida, pues la densidad del aire me ahogó tanto que empecé a sentir deseos de hacerlo yo también. Es un efecto documentado llamado "efecto Werther" que, en resumen, dice que personas con tendencias suicidas o depresivas en cuanto leen la palabra o están cerca de un hecho así sienten el deseo de imitarlo. Se vuelve moda, digamos. Y para mi pesar soy excesivamente sensible a ese efecto, y para lástima mía todos mis amigos hacen de chiste que se quieren morir. Y parece ser que todos en redes sociales también se quieren morir. Y seré yo el que se va a morir.
Con los huesos rígidos, los músculos temblando y un esfuerzo mental altísimo, logré ir a la psicóloga de forma urgente. Fue mi primera y última vez en sesión. Cuando logré calmarme, a las pocas semanas hubo un caído más, uno con quien compartí salón. Esta vez aguanté solo. Y necesitando no pensar más en esos dos víctimas de sí mismos, a la semana hubo homenajes y no fui capaz de no ir. El rector habló y lloré tanto por sentir que la muerte estaba tan cerca a mí, como si ella me estuviera buscando porque sabía que estaba listo, que la psicóloga que me salvó la primera vez esta vez me encerró en su consultorio y me dijo que no podía hacer nada, que tenía que llamar a mi papá. Secuestrado durante una hora, mi papá llegó; custodiado por él, un vigilante y dos médicos, me montaron a una ambulancia. En el hospital, remitido a un psicólogo de EPS, le dije al doctor eso: "todos deberíamos querer suicidarnos". Después de explicarle calmadamente por qué lo decía, él me respondió en un costeño casual que yo estaba mega bien, que no entendía el drama de la psicóloga que armó todo ese show y que peor estaba él. Me desubiqué tanto con sus palabras que lo primero que pensé fue: este señor está peor que yo y él sigue vivo; con más razón debería quedarme.
Esa es otra razón de peso por la que no quiero seguir más: porque vengo quedándome más por ustedes que por mí. Porque el niño que quería ser doctor para serle útil a los demás es quien soy por naturaleza, y mi naturaleza me hace daño y no la aguanto más. Quiero creer que mi amor profundo hacia ustedes es motivo suficiente, que no soy capaz de hacerles el daño de sufrir una pérdida en un escenario tan doloroso como el de un ser querido arrebatándose la vida. No quería sentirme ingrato ni que sospecharan por un segundo que tuvieron la culpa. La culpa de ustedes fue hacerme vivir, no hacerme morir. Les agradezco y agradecí cada día por eso, pero solo el amor nunca basta.
Además, me aburre mucho la idea de tener que seguir aguantando. El futuro no va a existir. No tengo curiosidad alguna en saber cómo será cuando no haya agua y todo lo que ya nos avisaron que va a pasar pero que no vamos hacer nada al respecto. Ese rídiculo no lo pienso hacer y me alegra no haber dejado descendencia, así nadie hubiera sido mejor padre que yo. Tocado ese tema, también creo que firmé esta carta en el momento en el que la vasectomía se hizo, y que ese día fue el día en el que me rendí realmente.
Así que después de 10 años viviendo así, lo que me terminó de sacar de mí mismo es que siento a diario desde hace tres meses que cualquier persona que conozco y no conozco es el que me va a matar. Por primera vez siento miedo y ansiedad generalizada. Siento que, sentado en un restaurante, alguien va a llegar por detrás con un arma y me disparará; que sentado en una moto, alguien me va a arrollar por detrás; que la olla a presión va a estallar, que dejaré el gas abierto, que tropezaré y caeré, que algo me va a atravesar, que una enfermedad atrofiará mis manos, me hará perder la memoria y luego mi corazón hará cortocircuito. Siento que algo va a pasar pronto y no voy a permitir que nadie ni nada se haga dueño de mi vida. Seré yo quien acabe conmigo.
Todo lo bueno dejó de ser suficiente. Sí, me cansé definitivamente de aferrarme a la idea de los pajaritos y su canto, mis gatas y su presencia, la posibilidad de un futuro mejor y las pequeñas buenas sensaciones después de comer algo rico, ver algo lindo, sentir los labios de mi amada y descubrir todos los límites que puedo atravesar. Ya no hay canciones ni poemas que me consuelen y el deporte que tanto amé ya no tiene gracia. No hay aguas que me puedan regar que se lleven este mal y no hay conversaciones que ya no haya tenido conmigo mismo que me den una mano. La miel dejó de existir, me duele el estómago todo el día, los dientes se me endurecieron, no quiero volver a bailar y existir en un lugar y tiempo en donde ya no es posible tener la razón ni siquiera teniéndola es dejar demasiadas cosas al azar. Odio la IA, las redes sociales, sentir que todo ya se dijo, que circulen videos de muertos con tanta facilidad, que nadie quiera perdonar, verlos anticipando la vejez y sus efectos con cirugías y procedimientos, y que todos tengamos tantos problemas imposibles de resolver.
Crémenme o hagan lo que sea más barato, no hace falta el ataud, la misa y el funeral. No me interesa saber lo que harán con mis cenizas, si quieren las tiran al inodoro o a la basura. Donen mis órganos: hay gente mal de la cabeza que sí quiere vivir, y todo lo mío está sanísimo. No dejo objetos de alto valor: regalen o vendan todo. No se preocupen por avisarle a nadie de mi trabajo: que me echen. No dejo deudas de ningún tipo y las que tenían conmigo yo se las dejo pasar. Me voy sin rencores. Tampoco me interesa haber dejado huella, pero sé que lo hice. Hagan una reunión e inviten a todos, que lleguen los que puedan, y se reúnen a contar historias donde les gusté, y váyanse contentos para sus casas; no creo que los pueda ver o escuchar, pero estaría lindo que una ausencia en el mundo tenga la capacidad de reunirlos en son del amor y no del dolor. Y por favor abracen a mi mamá, ella es la que más va a llorar.
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